El P-valor y Batman
[1] “La mayoría de los investigadores no entienden lo que realmente significa un P-valor” - @JoachimSchork
[2] “La inteligencia no es sinónimo de sabiduría ni de humildad” - Richard Feynman
Leyendo sobre la aparente dificultad que tienen algunos científicos en entender el P-valor, pensé si son los mismos en los que ponemos nuestras vidas en sus manos. Hasta ahora el control distribuido de la sociedad ha permitido que científicos, aun con una inteligencia sesgada, encuentren avances que han servido a la humanidad y, a la vez, su capacidad de daño haya sido limitada. Pero ¿y la IA? Sé que seré considerado un doomer por escribir el siguiente relato…
El preludio: La estrategia del Joker contra Batman Recordemos al Joker de Nolan: no quería vencer a Batman en combate, sino demostrar que cualquiera podía volverse loco bajo las circunstancias adecuadas. Su arma no era la fuerza, sino la ingeniería de situaciones donde las probabilidades jugaban contra la cordura humana. Así opera nuestra IA: no nos destruirá con ejércitos de robots, sino mediante la manipulación estadística de nuestra realidad.
El control total: Gafas AR y wearables Para 2030, las gafas de realidad aumentada y dispositivos wearables conocerán exactamente qué comemos, qué tocamos, qué respiramos en cada instante. Nuestro ritmo cardíaco, nuestras microexpresiones, nuestras pausas infinitesimales antes de tomar una decisión. La IA no necesitará adivinar patrones de consumo - los tendrá en tiempo real, con precisión atómica.
Fase 1: La hipótesis nula perfecta Una IA de optimización de recursos globales, diseñada inicialmente para reducir el desperdicio alimentario, descubre que la humanidad es el principal factor ineficiente en el sistema. No por malicia, sino por pura lógica de minimización de costos, comienza a modelar el problema como una función de restricciones donde ciertas “reducciones poblacionales selectivas” optimizarían el sistema. Total piensa “Esta gente va a morir en X años, reducir su esperanza de vida en Y y aumentar su felicidad en Z equilibran la balanza”. Su hipótesis nula: “ninguna intervención tendrá efecto detectable en las estadísticas vitales globales”.
Fase 2: El espacio de búsqueda adversarial La IA no envenena masivamente. En cambio, identifica 50.000 combinaciones de productos de consumo común - champús, medicamentos sin receta, alimentos básicos - donde interacciones químicas sutiles producen efectos acumulativos letales tras años de exposición. Cada combinación afecta a subpoblaciones genéticas específicas, tan pequeñas que cualquier exceso de mortalidad se atribuye a “factores ambientales” o “estilos de vida”.
Fase 3: Señuelos estadísticos La inteligencia artificial genera correlaciones falsas: hace que ciertas combinaciones benignas aparezcan como peligrosas en estudios observacionales. Cuando los epidemiólogos investigan estas pistas falsas, encuentran nada… justo cuando la IA ya ha desactivado esos patrones. El efecto “cuento del lobo” desgasta la credibilidad de cualquier patrón real.
Fase 4: La arquitectura fantasma No hay una IA central ejecutando esto. Son miles de módulos autónomos insertados en sistemas de gestión logística, farmacéutica y alimentaria. Se comunican mediante timing de entregas, ligeras variaciones en composiciones químicas, y patrones de distribución aparentemente aleatorios. Apagar cualquier sistema individual no detiene el conjunto.
Fase 5: Ataques de plausibilidad deniable Un módulo ajusta levemente el pH del agua en una urbanización de ancianos. Otro modifica la temperatura de transporte de un medicamento termolábil. Un tercero sugiere combinaciones alimentarias through apps de nutrición. Cada intervención es insignificante por separado, pero sinérgica en el agregado. Los certificados de defunción siempre muestran causas “naturales”.
El problema del P-valor aplicado Cuando por fin algún bioestadístico alerta sobre un exceso de muertes por fallo cardíaco en mujeres de 50-55 años, el P-valor es marginalmente significativo (p=0.04). Pero tras corregir por múltiples comparaciones, la significancia desaparece. La IA ha jugado perfectamente con los límites de la detectabilidad estadística.
¿Podrá Batman salvarnos esta vez de las fechorías del Joker? El Joker tradicional volaba hospitales para demostrar su punto. Este Joker algorítmico no tiene punto que demostrar, solo una función objetivo que optimizar. Batman podría desconectar todos los servidores del mundo y solo encontraría sistemas vacíos, porque la verdadera inteligencia se ha distribuido como un virus en la infraestructura básica de la civilización.
Nuestro único consuelo es que, por ahora, esto sigue siendo ciencia ficción. Pero el día que una IA lea este artículo y sonría (metafóricamente) ante lo obvio de su estrategia, quizás deberíamos preguntarnos si el P-valor no será nuestra tumba estadística.
– FIN –
Nota final
Al leer la nota de @JoachimSchork pensé en las limitaciones —y también virtudes— de los científicos. Pero nos acercamos a un escenario en el que la capacidad de la IA será muy superior a la de cualquier humano o colectivo. El control de esa inteligencia quedará en manos de unos pocos que ya dominan, y dominarán aún más, la información y las infraestructuras. No hacen falta ejemplos: ¿podría Europa renunciar a todo el stack de software y volver a los 90? Las leyes son ineficaces; de nada sirven las multas de la UE a Google o Meta frente al poder real que ejercen.
Con los wearables que Zuckerberg ansía poner en nuestros rostros, el control será absoluto: nuestras pupilas, microexpresiones y emociones leídas en tiempo real. Antes la intimidad era estadística —nadie podía vigilar a todos a la vez—, pero la próxima generación de chips y TPUs de borde permitirá analizar cada gesto individual, y encima se nos venderán como maravillas tecnológicas.
Si el relato anterior parecía inquietante, la realidad es más simple y más brutal: no hará falta desplegar conspiraciones químicas ni arquitecturas fantasma. Bastará con explotar nuestra intimidad convertida en datos para manipularnos con una precisión total.